Título: Dibujan palabras de amor
Seudónimo: Mayu
Mayo 2017
En lengua Jaqaru la
persona que recibe el
nombre de Mayu es un rio cuyas aguas fluyen
y se purifican en su
largo recorrido.
De la comunidad
originaria Jaqaru, ubicado en el distrito
de Tupe, provincia de
Yauyos, Región de Lima
Todas las coordinaciones habían sido hechas con
anticipación, las autorizaciones para el ingreso de las autoridades
universitarias ya estaban en la puerta del penal, llegarían la encargada del
Departamento de estudios a distancia, los coordinadores de mi facultad de
Ciencias contables y financieras, así como las autoridades del Establecimiento
Penal.
Permitieron el ingreso a mi hija e hijo, mi padre y algunas
amistades. Era una gran novedad por primera vez se otorgaba el título
universitario de bachiller. Se autorizó que una cantidad de la población penal
participara y así motivar y estimular el estudio universitario a distancia. Mis
amigas y compañeras vestían sus mejores galas; el auditorio del Establecimiento
Penal quedó bien acondicionado para la ceremonia.
Mi padre a sus 80 años disfrutaba de este momento tan
importante en mi vida. Él siempre se preocupó por garantizar la educación para
todos sus hijos, quizás porque él fue el único de sus 6 hermanos que tuvo la
oportunidad de estudiar. Ya se había jubilado, sus pacientes lo recordaban con
afecto y cariño. Todos mis hermanos eran profesionales menos yo; y ahora se
sentía sumamente feliz y satisfecho. Esa es la imagen que hoy atesoro en mi
corazón. Mi padre constataba el cumplimiento de un compromiso muy mío de
desarrollarme y potenciar mis capacidades aun en la adversidad. Ver a mi padre
feliz me hacía feliz. Mi madre no estaba, ya hacía más de 3 lustros de su
partida, pero vale decir que ella me acompañó en aquellos y en todos los
momentos. A lisa, mi hermana de padre y madre, la tenía a mi lado como siempre,
aunque hace mucho reside en el extranjero.
Mis hijos esperaban sentados en primera fila expectantes. Mi
hija la semana anterior había tenido su ceremonia de colegiatura, orgullosa me daba
su número de Colegio Médico del Perú, con la cual ya podía ejercer. Ambas
habíamos sido, paralelamente, universitarias (ella con beca total, yo con media
beca) juntas alcanzamos, cada cual, una de nuestras metas. Ella quería hacer su
Servicio Rural Urbano Marginal (SERUM) en un pueblo de Cusco donde estaba
enterrado su padre que falleció cuando ella tenía 3 años. Su necesidad de
“hallar a su padre”, como ella misma lo dice, fue todo un proceso, deseaba
“llenarse de él”, preguntaba, a cuanta persona lo conoció, un sinfín de
interrogantes, sobre todo a mi ¿jugaba futbol? ¿Qué música prefería? ¿se
hubiera puesto celoso si yo (su hija) tenía enamorado? ¿fumaba? Etc. Cuando
tuvo 21 años logramos que por primera vez se fuese a ese alejado pueblo a
visitar la tumba de su padre y realmente fue un (re)encuentro íntimo, profundo,
casi mistico. Esto lo decidió, al culminar su carrera profesional, a onseguir
la plaza en el Centro de Salud de dicho pueblo, sumado a su vocación de
servicio la harían, como luego lo comprobamos, experimentar una vivencia
enriquecedora.
Mi hijo a sus 11 años sentía que su madre y su hermana le
demostraban que aún en el infortunio se podía superar y progresar en la vida si
así lo decidíamos en lo mas profundo de nosotros mismos. Ya había pasado el
tiempo que de grande quería ser Bombero. Ahora tenia la disyuntiva de querer
ser ingeniero (y ganar plata …) pero el problema era que no le gustaban las
matemáticas… bueno todavía había tiempo para las decisiones ¿no es así?
A ambos los tuve estando presa. A ella por las
circunstancias carcelarias no se me permitió tenerla a mi lado. A él sí, lo
tuve conmigo los 3 años que por ley nos corresponde; fue la etapa mas sublime
de mi vida, ejercí mi maternidad en el día a día. Mis dos hijos son producto
del amor, son hijos deseados y por ello amados inmensamente. Luego de 8 años de
la muerte de Ciro, el papá de mi hija, me volví a enamorar y como tenía
beneficios penitenciarios podíamos aspirar a tener una familia, lejos estaba
que en los años siguientes nos lo quitarían y con ello se prolongaría mi
encierro. Me resistí a ser yo misma la que me quite el derecho a tener una
familia. Ahí comprobé que nuestros lazos de amor impulsan mi vida y le dan
sentido.
Los primeros años de mi carcelería fueron extremadamente
difíciles. Concluí que ante la incertidumbre de mi futuro me quedaba la certeza
de mi presente. A mi hija no la pude ver por varios años, aun asi, yo no dejaba
de escribirle permanentemente. Un buen día me la traen de visita, yo con miedo
de que no me reconozca. A sus 7 años mi hija corrió a mi encuentro, ambas nos
abrazamos con toda la tristeza de años. Jugamos, reímos, charlamos, la
acariciaba eternizando mi corazón aquellos 30 minutos, 30 minutos que nos
llenaban de vida. Al despedirnos le recomiendo “Cuida a tu abuelita porque esta
enfer..”, “eso ya me dijiste” me interrumpió, yo asombrada miro a mi hermana
“tu hija ya sabe leer” me dice, mi niña asentía orgullosa su cabecita. Nunca
deje de escribir a mis hijos, aún hoy lo hago siendo ella adulta y él un
adolescente. Aprendimos juntos que el amor se fortalece cuando compartimos
vida, es decir, cada tristeza, cada alegría, cada paso por más pequeño o grande
que realicemos. Todos tenemos miedos y temores, podemos optar por huir,
replegarnos y alejarnos, o al contrario dejar que el amor nos empuje y ayude a
superarlo. Nosotros optamos por lo último.
No fue fácil, lo reconozco, ayudar a mi hijo de la mejor
manera a entender que su padre decidió formar una nueva familia; a sus 6 años,
él no entendía porque su mama no estaba a su lado, porqué él la iba a visitar,
porqué ella no venía a verlo y porqué su padre formó un nuevo hogar. Centré todas
mis fuerzas en que mi hijo sienta mi amor de madre, contestando en su lenguaje,
cada duda o inquietud que me planteaba. Reafirmándole “tu padre y yo nos hemos
separado. Pero te amamos y te amaremos toda la vida”
Cuando ya tenía 12 años estábamos junto a su hermana y como
de costumbre tenia algunas preguntas para cada una ¿Cuál fue el momento más
triste de tu vida? ¿Cuál fue el momento más vergonzoso de tu vida? ¿Cuál fue el
momento más feliz de tu vida? Cuando le tocó responder la última pregunta dijo “Cuando
me dijiste que estabas presa”, mi hija y yo nos quedamos asombradas: mi hijo
con esta confirmación recién entendió que yo impedida de salir, con ello borro
de su mente y corazón que yo lo había abandonado y no lo quería. Entonces mis
palabras y actos de amor tomaron el tono de veracidad y sinceridad. Los tres
nos hemos acostumbrado a hablar con la verdad, aunque ella duela, por supuesto
que he omitido algunas cosas hasta que estén en edad de entender. Compruebo que
mi libertad no se limita a estos muros y rejas, los cruza y los trasciende.
He cargado durante más de dos décadas con el sentimiento de
culpa por no estar junto a mis hijos; ellos han padecido mi ausencia. Viví largos
días y noches de soledad, de encierro físico y del alma. Reflexionando, reevaluando,
reconsiderando los pasos dados, asimilando mi imperfección, mis errores y
horrores. Aprendiendo a perdonarme, a asumir la responsabilidad de mis
decisiones, a reforzar la voluntad de enmienda, de demostrar en el día a día mi
actitud correctiva, positiva y constructiva. Ante este desacierto, error o
falta es digno y valiente pedir perdón y/o disculpas y dignifica más
concederlo. Yo he pedido perdón a mis hijos, familia, asi como a la sociedad. Sí,
he pisado fondo, pero me ha servido para impulsarme a salir a flote, como bien
lo dijo Julio Ramón Ribeyro. Mi familia y yo aprendemos a perdonar y continuar
unidos en nuestro proyecto de vida.
Terminada la ceremonia, se reciben los saludos y realizamos
el brindis (con refresco, claro está) de rigor. Nos toman una foto del recuerdo
a mi padre, mis hijos y yo, que es la que tengo al costado de mi cama como
muestra motivadora que si podemos compartir vida, libertad y amor a pesar de mi
prolongado encierro.
Continúo, como cada día, con mis ejercicios matutinos,
estudiando idiomas, leyendo literatura, pintando al óleo, trabajando para auto sostenerme
y apoyar en algo a mis hijos. Nos hemos entrenado los tres en trazarnos metas y
cumplirlas, a no detenernos, a confiar en nuestras capacidades y
potencialidades. Ya son pocos los años que me faltan para cruzar la puerta
hacia la libertad.
Me visualizo mojando mis pies en las aguas marinas y sonriendo
a mi familia que en la arena dibujan palabras de amor. Imagino que acompaño en
silencio, los desvelos de noches de estudios de mis hijos y el mío propio,
porque hasta el último de nuestros días hay que estudiar. Recreo a futuro episodios
de arduo trabajo ejerciendo mi profesión, de socialización y disfrute sano con
familiares y amistades. Me veo compartiendo con el vecindario y la comunidad
los logros y metas que juntos iremos alcanzando. Actúo hoy y mañana valorando y
defendiendo nuestros derechos, siendo justos, buscando la equidad. Me convenzo que
mi vida tiene sentido si construyo en mi entorno, lazos de amor y confianza y,
si nunca desmayo en luchar y esforzarme por una sociedad democrática, justa,
con bienestar general y sólidos valores éticos.